sábado, 6 de junio de 2015

Mafalda y la historia a través del humor


Mafalda y la televisión. 

 
¿Qué se gana apagando una pantalla? Y ¿qué se pierde? Bueno, depende. Todo es relativo. La televisión genera más cultura de masas. El arte se masifica
. Pero, ¿qué es arte? ¿un baile en un reality es artístico? ¿Tinelli es propulsor de cultura? ¿De qué manera la gente accedería a ésta si no tuvieran una radio, una televisión, una P.C., o cualquier medio que masifique un mensaje que intenta ser cultural?
Cuando Humberto Eco publicó “Apocalípticos e integrados” en el lejano 1964, en el Uruguay habían muchas programas en vivo, gente que no entendía a los muy “inteligentes” Telecataplum y chabacanería desde los primeros años con programas argentinos, tandas molestas, series que se repiten, pero muchas cosas hechas a todo pulmón. Y precisamente con personajes que tienen una cultura que les permite desarrollar este tipo de comunicación para las no tan privilegiadas masas.
¿Quiénes accedían a la televisión? No todos. Recordar que la gente se reunía por cuadra a ver telenovelas o series. Los primeros fueron “integrados” para terror de los “apocalípticos” que se sorprendían de las repercusiones del mensaje televisivo. Dejar de ser exclusivos es un temor que muchos suelen tener. Pasó con la música. Los primeros fonógrafos hizo llegar a la gente lo que antes era privilegio exclusivo de la aristocracia, la burguesía o los sectores con más dinero. Pero, lo que antes se centraba en los juglares que transmitían la música de pueblo en pueblo, ahora se vendía a preciso módicos y con grandes orquestas, que antes se limitaban a un público educado, serio y “refinado”.
Con el correr de los años la oferta se amplió. El advenimiento del cable generó una mayor cantidad de posibilidades. Hay más televisión basura, pero también más para reflexionar y programas científicos mucho más amenos que una clase en un centro educativo. ¿Eliminamos esto último? No. Lo complementamos. No es necesario apagar para pensar. Se puede seleccionar y pensar o seleccionar y olvidar o seleccionar nuevamente y alegrar nuestra visión con colores y formas que estimulan nuestro cerebro.
Los últimos años la televisión es publicidad con algo de programas en el medio. Por eso muchos prefieren Internet. Todo y rápido al alcance de todos. Pero nosotros no estamos acostumbrados a la era de la inmediatez y a veces quienes más disfrutan son los jóvenes que crecen con estas tecnologías. Pero también dificultades con, por ejemplo, las redes sociales con la cual interactuamos.
Volviendo al mencionado Tinelli. Recuerdo una anécdota sobre su persona escuchada en una librería. El dueño estaba enojada por que había vendido libros de Paul Auster solo porque lo mencionó el conductor televisivo. ¿Y si logró inquietar a la gente al punto de comprar libros de Paul Auster? Antes no lo conocían ni siquiera accedían a él. Ver Tinelli y nada más es el problema. Si dispara, genera inquietud y moviliza pensemos en más cultura con variedad. La industria genera porque es negocio. La cultura vende, sirve y reproduce.
También hay mensajes simples pero no por eso menos efectivos. “Las mil y una noches” hizo que muchos sintieran curiosidad por el cuento original, aunque no tenga nada que ver. Pero su mensaje hace años que se reproduce. Al igual que “Ezel” que tiene mucho de parecido al “Conde de Montecristo”, pero no por repetido se hace estéril. El público se renueva. Ciegos que vuelven a ver, en sillas de ruedas que vuelven a caminar, la pajuerana que se casa con el niño bien de la casa, play boy, devenido en fiel después de conocer al amor. Eso sí, muy bien escrito y con actores que vienen muchas veces de la formación actoral.
De todas maneras el sujeto que recibe la información, el dato, participa con su comprensión que no siempre es la del que está viendo lo mismo. Existe un mensaje que
se emite pero significados varios. Varios sobre un mismo elemento dependiendo del que recibe la obra. Importa lo que el espectador pueda sacar de esas imágenes.
Un elemento a tener en cuenta de aquellos primeros años de la televisión era que, sacando las series y telenovelas, buena parte de los programas eran en vivo. Con la adrenalina fluyendo, el miedo y la espontaneidad a flor de piel. El director elige una imagen en el momento y eso es lo que sale. Todo esto antes de que apareciera el video tape.
La televisión es servicio. Hace llegar a la gente un producto a la venta o Hamlet. Es telecomunicación inmediata, política, crónica de acontecimientos, historia veloz del tiempo que es presente pero rápidamente deja de serlo. El hoy es pasado sin análisis reflexivo.
Paremos para pensar. El filtro es interpretación subjetiva e interesada.
Es lo que alguien quiere que yo vea, hasta que dejo de verlo.
La televisión es servicio porque a través de él se dirigen varios discursos. Depende del rating para crear una programación acorde no al público sino a los empresarios que buscan beneficiar a las firmas anunciantes.
Sobre hábitos de lectura, la televisión no la elimina ni disminuye. Muchas veces incluso reafirma la curiosidad hacia títulos de divulgación científica, histórica, geografía, etc. En regiones donde la lectura se había agotado la tele generó un elemento de cultura siendo provocados para cuestionar o no, generar debates o denuncia, determina un medio para luchar contra la hipnosis que esta produce. Ve, mira, conoce y tiene la posibilidad de algo. Antes no. Tiene la opción.
La televisión se convierte en escuela de conductas, gesto y cultura. Muchas veces a través de los divos y su forma de conducirse ante el mundo. Por eso es necesario el intelectual y su bagaje  para contrarrestar el espíritu lúdico y mesiánico de algunos sectores de las comunicaciones.
Solo la ideologización del medio técnico es capaz de cambiar su signo y su dirección.
“(...) significa imbuir a la administración del medio de una visión democrática del país (...)” explica Eco.